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Estas son las memorias de Enrique Lanyi Szèles, escritas en el año 1993 cuando cumplió 80 años de edad. Si desea saber más, puede visitar su website aqui. |
Dedicado como un póstumo recuerdo a mis hijos |
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Nací el 25 de diciembre de 1913 en una ciudad rural de nombre SZATMAR de unos 300,000 habitantes en aquella época. Dicha ciudad, hoy llamada Transilvania, pertenecía en aquel entonces a Hungría; pues la mayoría de sus habitantes eran húngaros, una pequeña minoría eran rumanos, como también alemanes, que en siglos pasados fueron colonizados por Hungría.
Hago esta aclaración pues Rumania pretende aparentar que Transilvania le pertenece de tiempos pasados. Dicho territorio fue adjudicado a Rumania después de la Primera Guerra Mundial, por el Tratado de Versalles en 1919.
En esta forma se implantó el idioma rumano como oficial, que la verdad nosotros nunca lo aceptamos, pues viviendo 10 años bajo ese régimen nunca lo aprendimos.
Cursé mis estudios en la Iglesia Cristiana Reformada de Calvismo, a la que pertenecía nuestra familia de siglos atrás, teniendo ya tíos y primos como pastores de dicha iglesia.
A pesar de la insistencia de mi madre me negué a seguir estudiando y me puse a trabajar con mi papá como ayudante de gasfitero. |
Y fue así que en 1928 mis padres tuvieron la peregrina idea de venir para América por 5 o 6 años y con sus economías regresar al terruño, ilusión que jamás se cumplió.
Nuestra familia se componía de cinco personas: Mis padres, mi hermana Ana Gissela que era dos años mi menor y Andrés con 8 años menor que yo.
Debo mencionar que para costear el viaje a América, mis padres hipotecaron nuestra casa por cinco años a una familia que lo iba a comprar para ese tiempo. Mi madre poseía tres parcelas, una con frutales y dos que la utilizaban para distintos cultivos; estas dos las daba al partir, vendieron toda la fruta, quedando la casa y las dos parcelas en hipoteca.
Después de meses de trámites fue aprobada la visa para ingresar al Perú.
Así pues partimos, muy optimistas por cierto, atravesando Rumania, Hungría, Austria y Francia, llegando a un pequeño puerto llamado La Roche Palais donde permanecimos 15 días, hasta que llegó el barco Orcona de la compañía inglesa Pacific Stean Navegation.
Así el 1º de diciembre, zarpamos a la tan soñada América, llenos de las más fantásticas ilusiones.
El viaje por mar transcurrió sin incidentes, en el Puerto de La Habana conocimos a los primeros negros, no nos permitieron bajar. En Colón recién bajamos a tierra, pasamos el Canal de Panamá, maravillándonos de su estructura, y por fin el 25 de diciembre de 1 928 al amanecer anclamos en el Puerto del Callao.
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Debo hacer hincapié que ese día cumplía 15 años, la impresión que recibimos no era muy favorable que digamos, sobre todo mi papá, me dio la impresión que le cayeron las alas... tal vez fue el triste presentimiento que no transcurrirían muchos años de su vida en estas tierras.
En esos años los barcos se quedaban fuera, pues los muelles no estaban acondicionados para que se acoden al espigón, los pasajeros llegaban en botes a tierra firme. El único cuadro pintoresco fue el recibimiento de unas judías que venían en el barco, cuyos novios las recibieron con ramos de flores. Nos trasladamos con nuestras maletas y con todos los paquetes a la Aduana donde comenzaron las dificultades, pues pedían que abriéramos todos los bultos, comenzaron por regar todo por el piso. Mis padres estaban alarmados, al ver esto las judías le sugirieron que haga soltar unos dólares, hecho que dio un resultado inmediato.
Ya libres buscamos un taxi para trasladarnos a un hotel de segunda categoría.
Luego de dos días, mi padre encontró a un paisano que lo llevó a buscar vivienda, que resultó un callejón bajopontino por el Pedregal, mi madre quedó muy decepcionada a la vista de esa pocilga, cruzando con gente de la más baja esfera, afortunadamente, antes de cumplir un mes el paisano consiguió otro departamento más decente bajando por el puente que da al estanco de tabaco.
Mi padre trabajaba de pintor y yo como ayudante de mecánica en la Plaza Dos de Mayo, la paga era insignificante pero no sabía el idioma, no podía pedir más. Un día mi padre se encontró con un paisano de apellido más raro, y le contó las maravillas de esta parte del país, le decía que todo el año se sembraba y se cosechaba.
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CAPITULO IV
La Colonización |
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Como mi padre tenía espíritu de aventurero, se entusiasmo para colonizar Satipo. Se informó como hacer las gestiones y se presentó en el Ministerio de Fomento y Obras Públicas y Colonización; pues no existía el Ministerio de Agricultura.
Para poder colonizar tenía que celebrarse un contrato con el Estado donde se fijaban las reglas a seguir, tanto el Estado como el colono.
La ayuda que ofrecía el Estado desde el día de la inscripción:
El postulante tenía opción de instalarse en el Hotel de los Inmigrantes, donde tenía alojamiento y comida para toda la familia, hasta completar un contingente y despacharlos a la Selva; para nuestra sorpresa encontramos varios paisanos con familia, también solteros que venían para la Selva.
En el contrato celebrado con el Estado, las cláusulas eran las siguientes:
El Estado proporcionaba movilidad desde Lima hasta Satipo y proporcionaba alojamiento temporal a toda la familia.
Luego de firmado el contrato recibía un subsidio: 1 sol por jefe de familia y 50 centavos por hijo.
Llegando a la colonia le daban víveres de primera necesidad.
Los trámites se hacían de Lima a Santa Rosa de Ocopa, bajo la vigilancia de monseñor Irazola a la manera como funcionaban las gestiones del Estado.
En el contrato, el colono con familia recibía treinta centavos y los solteros diez, les daban machetes, lampas y picos, semillas... cosas que nunca llegaron.
A los colonos contratados directo en Europa, le hicieron desmonte de una hectárea y una casa rústica, a una parte los llevaron a Puerto Ocopa y la otra a Villa Flavia, hoy Mazamari.
Los primeros días de mayo venimos en el ferrocarril central a Ocopa, donde nos alojamos en diferentes casas y pensiones, teníamos que esperar la partida de gastos para nuestro viaje.
Con los 80 años que tengo, me asiste el derecho de criticar al Estado por incurrir en semejante desacierto, querer fomentar la colonización sin una planificación correcta; pues se malgasta el dinero en forma descabellada. Los dirigentes estatales deben tenerlo presente para el futuro y no incurrir en algo similar.
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Volviendo a mi relato, en Ocopa estuvimos más de un mes, y por fin llegó el día que nos despacharon a Satipo, el viaje duró 6 días, y así, el día 24 de junio a horas 11 a.m. entrábamos triunfantes a la plaza principal, si es que se le podía llamar así, pues se componía de la administración de la colonia, una casita ridícula de palmera, la casa vivienda de las Madres Franciscanas y el colegio.
En la parte baja, había una casa como almacén de la Colonia y dos casas más que componían la plaza.
Había una construcción de los Franciscanos en Río Negro y camino a Puerto Ocopa había una construcción de palma, donde nos hacinaron como ovejas.
Por suerte en nuestra estadía en Santa Rosa de Ocopa conocimos a un paisano llamado Miguel Takacs, que llevaba 3 años en Satipo, nos invitó a su casa y al llegar nos instalamos en su chacra, posteriormente nos designaron 30 hectáreas en Río Alverta, donde habían varias familias de la Costa.
Para estar más cerca al lugar nos instalamos en la chacra del Jefe de la Colonia, un alemán nacionalizado, él tenía una casita desocupada donde nos instalamos con nuestras pequeñas pertenencias, pues nuestros bienes empezaron a disminuir antes de salir de nuestra tierra natal.
Aquí haré un pequeño comentario, los ignorantes e incultos de estas tierras peruanas pensaban que los inmigrantes europeos éramos unos muertos de hambre que no teníamos nada en nuestra tierra; de esos vinieron muy pocos, nosotros para costear nuestro viaje y otros gastos, tuvimos que enajenar nuestros bienes, razón por la cual, llegamos con muy pocas pertenencias.
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CAPITULO VI
Contratiempos |
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Continuo, tuvimos que hacer un desmonte y para nuestra fatalidad a mi padre le dio el paludismo. Atendía un médico borrachín con muy contadas, entre ellas el bicolor de quinina que se aplicaba intramuscular, una de esas inyecciones se le infectó, formando una bolsa de pus que mi madre lo maduró con paños de agua caliente.
Ante esta dificultad mi madre y yo trabajábamos en la parcela y me sucedió un percance; al cortar un árbol me salpicó su resina en la cara, esa tarde me empezó a arder y se hinchó, lo que cerró mis ojos. Mi hermano me llevó de la mano al médico, quien recomendó aplicar paños tibios con ácido bórico y nos dijo que no nos alarmáramos pues empezó a desinflamar.
Ya seco el rozo, lo quemamos y sembramos de todo un poco siguiendo el consejo de nuestros vecinos que ya tenían experiencia.
Sano mi padre, construimos nuestra vivienda con material de la región y quedó bastante aceptable.
Andrés, quien estaba internado en el Colegio de Madres, iba a casa los sábados.
Para los víveres era un problema, cuando había en el almacén nos daba miserias, a veces beneficiaban alguna res para dar un poco de carne.
Por el dulce, íbamos hasta Timarini donde don Vicente Mejía, quien tenía un trapiche y una centrífuga para sacar azúcar, teníamos que comprar varias botellas de mil para que nos vendan azúcar.
Se remangaba y descalzo se metía a los fangales que había por todas partes.
En enero de 1930, me fui a comprar arroz en caceara don del señor Alvites en Maranquiari, así como lo pensamos me empezó la tembladera del paludismo ya en la tarde, llegué a casa y rápido lo combatimos.
Como mi madre era ingeniosa, empezó a hacer dulces, que mi padre los vendía en la población los domingos, como no había dinero, nos pagaban con vales que recibían los Colonos como subsidio que juntábamos para llevar a Lima para canjearlo por efectivo.
Pasado el invierno, rozamos otra parcela para sembrar pan llevar.
Mi padre viajó a Lima para canjear los dichosos vales. Estuvo 2 meses y regresó con dos paisanos que se ubicaron en Río Negro.
Transcurrieron varios meses sin incidentes hasta el mes de agosto, mes en que derrocaron al presidente Leguía. Como era de pensar, usaron las remesas de víveres y toda la ayuda de la capital. Ante esta adversidad, muchos abandonaron la Colonia, en nuestro sector sólo quedamos nosotros; en estas circunstancias, mis padres partieron hacia la Sierra en busca de trabajo. Andrés y yo nos quedamos en la chacra mientras nuestros padres podían acomodarse. Se ubicaron en Ocopa, a los pocos días mi padre viajó a Lima pensando canjear los vales, pues había todo menos dinero.
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CAPITULO VII
Malas Noticias |
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El 30 de agosto, día de Santa Rosa, patrona del pueblo, algunas personas organizaron un baile, invitaron a mi madre y mi hermana, quien al salir de la fiesta poco abrigada, cogió neumonía fulminante. La trasladaron al Sanatorio de Jauja, donde fatalmente a las veinticuatro horas falleció en 1931.
Mi madre, confundida y desesperada, se encontró sola con desconocidos, gracias a Dios que habían almas generosas, que le ayudaron para el sepelio. Por esto en mis oraciones pido a Dios sus bendiciones para estas personas humanitarias.
Mi padre regresó a Ocopa, luego se trasladaron a Huancayo. Mi padre consiguió trabajo en la cervecería, donde un señor Jerol, que tenía que sembrar diez hectáreas de cebada y necesitaba quien supervise al personal. Alquilaron una casa y mi madre pidió que enviaran a Andrés con don Miguel Takacs, yo me quedaba en Satipo esperando una oportunidad.
Me puse de jornalero donde el señor Esquiner que tenía su esposa y cuatro hijos.
Los últimos días de diciembre, mis padres se trasladaron a Lima para acabar de cobrar los vales de la Colonia; se alojaban en el Hotel de los Inmigrantes de Europa, que funcionaba en Chucuito, Callao. Allí habían varios europeos de Esperanza.
En espera que el gobierno de Sánchez Cerro los remitiera a su tierra natal, aprovechando el tiempo y así ganar algún dinero, mi padre se dedicó a hacer unas cómodas zapatillas confeccionadas con tiras de sombreros defectuosos, les ponía suela de banana y los vendía en la Punta y el Callao.
Fue así, que, en la tarde el 27 de enero de 1932, mi padre decidió llevar una cantidad a la Punta, saliendo de Chucuito a la pista, a los 15 minutos vinieron a decir que se encontraba a un lado de la pista ya cadáver.
Mi madre entre sollozos y acompañada de varias personas que estaban en el hotel fue a verificar, efectivamente, un camión de un bodeguero que venía de La Punta a Lima, lo envistió sacándole de la pista y enviándolo a un lado donde se encontraba un poste de luz con varias alcayatas que le atravesó el cráneo, lo que le produjo una muerte instantánea. El dueño del camión corrió con los gastos del sepelio.
Recomendaron a mi madre que entablara un juicio, pero ella estaba quebrantada con dos muertes en la familia en cinco meses, me hizo llamar de Satipo. La correspondencia, en ese entonces, duraba 20 días en llegar; yo me apresuré en viajar para consolar su alma dolorida.
Seguimos en el Hotel, el gobierno nos ofreció una partida para regresar a la Colonia, pero como el dinero escaseaba no llegaba la dichosa partida; conociendo la situación de la Colonia pensé quedarme en Huancayo esperando conseguir trabajo.
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La carretera avanzaba a paso de tortuga y era difícil conseguir algún dinero, los primeros días de abril recibimos una miserable suma para el viaje a Satipo y decidimos quedarnos en Huancayo.
Mi mamá fue a visitar al señor Jerol, le dijo que yo quería trabajar, y como faltaba un mes para la riega de la cebada que mi papá sembró, me puse a lavar botellas en la fabrica. No importaba el trabajo, pero necesitaba sostener a mi mamá y mi hermano, que eran toda mi familia.
A mediados de mayo comenzó la riega de la cebada, el lugar se ubicaba a 6 Km de distancia de la ciudad, el cual se llamaba Chamisería; el personal llegaba a las 6 de la mañana para recibir su ración de trago, sin eso no trabajaban, por tanto construí una choza y en ella estaba de lunes a sábado por la tarde. Los víveres me los proporcionaba el dueño y yo los cocinaba.
En un mes terminamos y volví a la fábrica con el cargo de Guardián Nocturno para vigilar las máquinas de hielo que bombeaban las bodegas de fermentación. Después de un tiempo pasé a Maltearía, que consistía en el remojo de la cebada para luego llevarla a secaderos y moler ya desprovista de los brotes y exportar a la Cervecería del Callao. Luego pasé a Cocimiento, pues me convenía, pagaban sobretiempo; entraba a las 6 de la mañana y salía a las 7 de la noche. Era bastante el trabajo, pero lo necesitaba para sostener a mi familia.
El personal en la fabrica era de 25 personas, un chofer, un cobrador de facturas. El tiempo de trabajo era de 9 horas, no de 8 como era por ley, en un gramado nos reunimos para charlar. Todos eran mayores, sólo Alberto y yo éramos jóvenes, él era uno de mis pocos amigos.
Los antiguos comentaban que eran demasiado las 9 horas de trabajo y acordaron reclamar al Inspector cuando hiciera su visita, me pidieron mi parecer y les dije que estaba de acuerdo en sus decisiones.
A los pocos días llegó el Inspector, nos alienaron para ver si teníamos algún reclamo. Comenzó por los más antiguos, les dijo que tenían 6 días de trabajo y tanto de sobretiempo y que reclamaban. Se asustaron y no reclamaron nada. Me tocó el turno y me dijo lo mismo, yo le respondí que ese sobretiempo no esta sobre las 8 horas, sino sobre 9 y que era antirreglamentario. Me ordenó hacerme a un lado. Entonces comprendí que los demás, a pesar de sus años, no tenían el valor de protestar por una causa justa. El sábado, junto con mi paga, recibí mi despido.
Se presentó una ocasión que pudo cambiar el curso de mi vida, mi hermano estudiaba en un Colegio Andino de la secta Metodista donde mi mamá y yo asistíamos todos los domingos, pues el Culto se parece a la nuestra. El director del plantel, un norteamericano me hizo la oferta de que la institución me daba una beca para Estudios Superiores, graduándome de Pastor. La oferta era tentadora, pero estaba mi familia y no me quedó mas que agradecer la buena voluntad y a fines de setiembre de 1932 llegábamos nuevamente a Satipo, donde la familia Takacs.
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CAPITULO IX
Retorno a Satipo |
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Durante los 2 años que no estuvimos, trajeron cerca de 40 presos políticos, construyeron un galpón para ellos y lo llamaban Colonia Penal de Satipo. Casi todos eran Apristas bajo la custodia de la Guardia Republicana. Cuando llegamos en 1933, ya los habían amnistiado y sólo quedaban el galpón y los guardias.
Llegando me puse a trabajar donde el señor Roberto Martig, quien era suizo y era el administrador de la Ganadería del Centro. Instalamos la Rueda Hidráulica para mover un trapiche, para esto construimos un canal, posteriormente me fui con don Miguel, quien hizo un contrato con los Frailes para quemar tejas y ladrillo para una capilla que luego, en el terremoto de 1947, quedó en escombros.
Al regreso de Ocopa encontré a mi mamá en un galpón desocupado de los frailes a la orilla de Río Negro, por ahí pasaba el camino al Puerto.
El encargado de la Misión era don Isaac Grados que vivía con su familia que eran muy conocidos por los Colonos de la misma promoción, nosotros íbamos en busca de nuevos horizontes, como mayor me tocó enfrentar un nuevo desafío: Hacer un rancho y plantar pan llevar para alimentarnos. Al señor Grados le compramos una parcela de yuca; por el camino habían parcelas abandonadas y en una de ellas me ubique.
Los primeros días de mayo, rozamos y las pusimos, mientras secaban me fui a trabajar con el señor Martig. Construimos una casa de paja y en ella nos instalamos.
A fines de junio notificaron para cooperar en la construcción del local escolar. Cuando estabamos trabajando, a eso de las 3 de la tarde vino un nativo avisando que se quemó la casa, mi madre estaba sola y no sabía que hacer. A la otra orilla vivían nativos quienes ayudaron a salvar algunas cosas. Cuando llegué sólo habían cenizas. Mi madre llorando se echó en mis brazos diciendo que hasta cuando Dios nos castigaría, la consolé recordándole que el Señor castigaba a los que ama. Nos guarnecimos en una choza de paja de arroz, al día siguiente temprano vino el señor Grados para ayudarnos a levantar una nueva vivienda. El motivo del incendio fue por 3 cartuchos de dinamita que estaban arriba del fogón y una chispa bastó para prenderlo.
Repuestos del desastre empezamos a sembrar. Nuestro próximo vecino era un español, Alfonso Martínez, éramos buenos amigos. Ahí llegaba el Padre Rafael Gastelua, Comisario General de las Misiones, nos conocimos en Puerto Ocopa. Le gustaba escuchar canciones de Hungría que hasta hoy recuerdo. Para el cumpleaños de Grados tomaba sus tragos; era del grupo don Miguel Tacaks, y entre charla y charla, nos aventábamos nuestros tragos.
El domingo de ley a Satipo se unía don Miguel y a eso de la una regresábamos medio alegres y bien remojado el garguero.
Cuando podía trabajaba fuera, siempre en el mismo fundo.
Ya estaban construyendo la carretera, pero al no haber mucha maquinaria, se avanzaba muy lento. Por fin, el año 1938 llega a la población, con anticipación se construyó la carretera de Satipo a Río Negro. A comienzo del año se fundó la Granja Experimental, bajo la dirección de Ingenioso Sánchez del Aguila. Se creó el internado de 25 alumnos, que nos cayó muy bien, pues podíamos vender huevos, aves y demás productos.
Como éramos amigos con los ingenieros, nos visitaban, así como al español.
En el mes de noviembre del año 1939 declararon Distrito a Satipo, con su primer alcalde don Augusto Hilser, que vivía en San Pedro y anteriormente trabajó como Perito de la Colonia.
En 1939 ya cosechábamos algo de café, primero vendíamos en la casa y luego llevábamos a Huancayo. Me hice amigo de una familia de colonos, la Sra. Sara, la madre, Manuel con cuatro hijos, Lidia y un varón Honorio, estudiaban en la Granja. En las tardes de los sábados íbamos a pasar un rato, al menos el que escribe empezó a cortejar a Lidia, que era muy amable, pero no accedió a mis ilusiones, le tenía gran estima y fue, años después, madrina de mi hija Ketty.
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Un día al llegar me enteré que mi hermano se había ido para Atalaya y yo me quedé con mi mamá. En enero regresó con Julio Pérez, que trajo tabaco y aguardiente para vender. Andrés en Atalaya conoció a su esposa Amada, madre de sus 4 hijas. En julio vinieron con sus padres, hermanos y esposa; mi madre insistía que era muy joven, pero él no cambió de parecer. Se instaló en su casa que la hizo con anticipación.
En 1941 viajé a Atalaya con Eduardo Estabridis, ahí conocí a Cesarina, que aún estaba en el colegio, me enamoré y cuando volví ya estaba con un profesor. Yo seguí soltero.
En setiembre de 1942 vino con su cuñado y hermana. Me casé. Pero mi madre y ella no congeniaron y como yo era la víctima enfermé de anemia, que no podía ni pararme. Me llevaron a Huancayo y ella se fue a su tierra. A las dos semanas con el tratamiento mejoré y volví a casa.
En 1944 inicié mi divorcio en Jauja y 3 años después todo terminó. Para la última firma fue Andrés a Atalaya y trajo a sus suegros. Con ellos vino el cariño de mi vida y madre de mis hijos.
El 1º de noviembre de 1947 se produjo el terremoto que destruyó la carretera y dejó a Satipo incomunicado. Para entonces se vendía fruta y otros productos, quedamos aislados del exterior. El Estado puso al servicio la " FAP ", que traía víveres y otras necesidades para los damnificados. Murió bastante gente, pues se llevó la carretera con gente y carros. Mi esposa actual y yo resolvimos juntar nuestras vidas, pues teníamos que esperar el divorcio. A pesar de todas las dificultades, la vida transcurrió placentera.
El 2 de setiembre de 1948 nació Ketty y así iba pasando el tiempo y aumentaba la familia que llegó a nueve.
En febrero de 1948, Andrés y su familia con los suegros, se fueron para Atalaya, pues la región quedó desolada. Después de año y medio regresaron. La reconstrucción de la carretera demoró hasta el año 55 que llegó a Comas. Como los hijos necesitaban ir a la escuela, compramos cuatro lotes con una casa, allí estaban los cuatro mayores con mamá toda la semana, los sábados iban a la chacra y el domingo nuevamente al pueblo.
En 1952 se me declaró la psoriasis que podía cubrir todo el cuerpo, sólo la cara me cubría y se formaba escamas. Me trasladé a Lima y me trataron con baños de cuarzo, el mal no era contagioso. Casi sano, regresé, siguiendo con la medicina y poniéndome al sol para sanarme por completo.
En 1966, se instaló el Ejercito en Paratushali, construyendo la carretera hasta Pangoa, luego a Satipo, a La Merced. Con el Ejercito llegó el progreso y no se hicieron esperar los matrimonios.
En el año 57 murió el abuelito Nicanor. La abuelita Emilia el 6 de setiembre de 1962. La abuelita Clotilde el 12 de enero de 1965.
Dios bendijo nuestro hogar con nueve hijos que a pesar de todas las dificultades crecieron sanos y todos están con vida. Mi esposa, como madre responsable, hizo frente a la vida dándoles los mejores consejos.
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CAPITULO XI
Problemas de Salud |
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Me encontraba delicado y el sábado 2 de mayo de 1993 a las cinco de la tarde tomé mi café y me vinieron mareos con vómitos, todo giraba, sentía que me apretaban el cerebro. Caí inconsciente en el confortable, llegó la mami, me echó abundante timolina y como por milagro me fue pasando. Me quedé tranquilo hasta las cinco, de nuevo empecé a ponerme mal, me echaron mas timolina y me llevaron al pueblo, donde vi que se movilizaron buscando un médico, trayendo al doctor Eduardo Arroyo, quien diagnosticó ataque cardio-vascular, felízmente leve. Pues si era intenso me quedaba completamente invalido. Sólo se me torció la boca, que no podía hablar y se me enduraron las piernas que se pusieron tiesas. Todos los días me visitaba el doctor. A los ocho días me dio de alta y me vine para casa con la consigna de reposar bastante, cosa que me fue difícil cumplir. Estaba delicado y tenía que reposar si quería prolongar mi existencia.
Doy gracias al espíritu abnegado de mi viejita que con sus desvelos me atendió y me dio esperanzas de mejorar y seguir mi vida feliz, como así sucedió.
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Al concluir, tengo la seguridad de que muchas cosas han quedado en el olvido, no sé por cuanto tiempo viviré pero doy gracias a Dios que las cosas más fundamentales que mi madre me enseñó, las llevé como norma que son Honestidad, Laboriosidad y Honradez. Con esta satisfacción dejaré la antorcha a la generación venidera.
Forman parte de la alegría de mi vida, mis NUEVE hijos y sus respectivas familias que no dejaré de dar gracias al TODOPODEROSO por la dicha que me dio.
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Cierro estas notas con mi esposa Bernardita del Aguila López
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Queda como grato recuerdo la celebración de mis OCHENTA AÑOS, que aunque restableciente, tenía bastantes ánimos ya que Dios me conservaba la vida, con mucha alegría y entusiasmo se organizó la reunión viniendo todos los hijos y casi todos los nietos, hasta del exterior de Venezuela y Japón. Mandaron a celebrar una Misa de Acción de Gracias y continuó la jarana con piñatas, globos y todo lo necesario.
A Dios gracias estoy con salud.
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16 de mayo 1993 |
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TRANSCRITO DEL ORIGINAL PROPIEDAD DE LA FAMILIA LANYI-DEL AGUILA POR "hp" EXCLUSIVAMENTE PARA S@TIPO.COM |
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